Cada noche, un grupo de hasta 15 personas obtienen un permiso especial para pasar la noche dentro de la Basílica del Santo Sepulcro. Vaya uno a saber cómo fue que yo terminé dentro de ese número.
Conmigo, otros 9 con los que vengo peregrinando, el padre Adrián, una monjita polaca y una joven americana. Además, otro grupo de 3 que obtuvo el permiso de los ortodoxos griegos, y no de los franciscanos, como en nuestro caso.
La ceremonia del cierre de las puertas empieza puntualmente a las 8 de la noche. Llegamos casi corriendo por la ansiedad que había en el grupo. Todos expectantes por lo que íbamos a vivir. Cada uno cargando en silencio fotos de seres queridos, rosarios, peticiones, oraciones y deseos propios y ajenos para ofrecerlos durante la noche. Cada uno ilusionado y agradecido ante la posibilidad de vivir esta experiencia única.
En la explanada que hay frente al templo queda el grupo que nos acompaña para ver la ceremonia de clausura. Adentro, los representantes de las distintas confesiones encargadas de la basílica, esperan a que el reloj marque las 20:00.

Unos minutos antes de la hora señalada, unos golpes en la puerta principal hielan la sangre dejando claro que todo el que no tenga autorización para pasar la noche ahí debe salir.
Cuando llega el momento, el carcelero musulmán se sube a una escalera de madera y pone llave desde afuera. Nosotros sólo escuchamos el sonido y sabemos que de ahí nadie podrá salir, ni entrar, hasta que sean las 5:00 del día siguiente.
Inmediatamente se abre una pequeña ventana en la enorme puerta de madera e introducen la escalera en la que se trepa otro árabe para cerrar y poner un candado desde adentro. El templo queda clausurado.
Armenios y ortodoxos vuelven a los espacios que tienen reservados dentro de la basílica. Un fraile franciscano, se acerca y nos explica las reglas que debemos seguir. Cada confesión tiene sus propios ritos y horarios dentro del templo y tenemos que estar atentos de no interferir ni incomodar a nadie durante la noche.
La ansiedad se va apagando, dejándole espacio al recogimiento y la meditación. La noche es larga y tendremos tiempo para todo: pedir, agradecer, meditar, rezar, cuestionar…
Los dueños de la llave
La llave de hierro que abre la puerta de la iglesia está en manos de dos familias musulmanas. Nadie pudo determinar a cuánto tiempo atrás se remonta el papel de estos porteros, pero tampoco se han hecho serios intentos de refutar el legado. Se cree que esto es así desde que el sultán Saladino arrebató Jerusalén a los Cruzados en 1187, una de las muchas veces en que el control de Jerusalén, codiciado por su santidad por judíos, cristianos y musulmanes, ha cambiado de manos. Lo cierto es que esta tradición va pasando de generación en generación y los musulmanes lo viven como un honor al que no quieren renunciar.
Basílica del Santo Sepulcro
Esta basílica encierra los lugares más sagrados del cristianismo: el Gólgota, montículo donde Cristo fue crucificado (conocido también como Monte Calvario), la piedra sobre la que fue ungido antes de ser sepultado (aunque en la actualidad no se encuentra la original), y el Sepulcro vacío como prueba de su muerte y resurrección.

El Santuario del Santo Sepulcro está regentado por diversas orientaciones cristianas, la mayoría de ellas ortodoxas.
La iglesia también alberga diversas capillas, entre las que destaca la capilla de Santa Elena, el coro de los griegos, la capilla del Santísimo (de los franciscanos, custodios de Tierra Santa) y el lugar a donde fue encontrada su cruz por orden de Santa Elena.
Una convivencia difícil
A lo largo de la historia, las relaciones entre las comunidades religiosas de este complejo han sido tensas. Hasta el día de hoy, un decreto otomano del siglo XIX intenta mantener estas tensiones bajo control declarando que cada confesión se limite a usar los espacios que controlaban cuando se emitió el decreto en 1853.
Hoy este status quo que se impuso a las denominaciones aún gobierna todas las facetas de la vida en la iglesia, desde los horarios programados de los servicios y los idiomas de las misas hasta la ruta de cada procesión.
Cualquier cambio en la rutina es una amenaza de discordia.
Un claro ejemplo de esto es una curiosa escalera de madera, que descansa desde el siglo XIX en el alféizar de una ventana sin que pueda ser movida hasta que todas las confesiones se pongan de acuerdo.

Una experiencia única
No sabíamos muy bien cómo movernos en ese ambiente tan solemne y nos instalamos junto al padre Adrián en el Gólgota, en el lugar a donde Cristo fue crucificado. Un buen lugar para empezara a entender todo lo que sucedió, según la tradición Cristiana, a partir de ese momento.

Después de un rato de charla, preguntas y explicaciones nos mudamos al Santo Sepulcro, junto a la piedra en la que yació Jesús durante los días de su muerte.
Indescriptible, emocionante, sobrecogedor, son las palabras que se me ocurren para tratar de explicar las emociones vividas.
Hasta las 23:45 pudimos quedarnos ahí, en oración, dentro de la cueva que perteneció a José de Arimatea, tocando la pared original a través de una ventana que se abre sólo de a ratos, ofreciendo nuestros dolores y en profunda comunión con todos aquellos que estaban en nuestros pensamientos.
Cuando los custodios nos pidieron que nos retirásemos, comenzamos nuestra peregrinación privada recorriendo la capilla del emprendimiento de Jesús, la de Santa Elena, donde vinieron varias veces, sacerdotes de distintas profesiones con sus inciensos y sus rezos para purificar esos lugares sagrados y para elevar las plegarias que hacen allí los fieles durante el día.

Mientras tanto, los Franciscanos estaban en oración en su capilla y se oían desde afuera sus rezos en latín.
La capilla de Santa Elena era un depósito utilizado durante la construcción del templo de Afrodita. Ahí se encontraron las tres cruces donde clavaron a Cristo y a los 2 ladrones que murieron a su lado, pero no sabían cuál era la que había pertenecido a Jesús.
Santa Elena, madre de Constantino y gran creyente, llevó ante las cruces a un enfermo postrándolo ante ellas y rezando hasta que frente a una de ellas el hombre se curó. A partir de ese momento se venera esa cruz como la cruz de Cristo.

Para que el sueño no nos venza después de rezar el Rosario y charlar bastante cambiamos de locación para mover las piernas y despabilarnos.
Nos fuimos a la capilla de Adán, a donde se ve la piedra quebrada del Monte Gólgota por la que se derramó la sangre de Jesús. Desde ahí escuchábamos a los ortodoxos griegos que estaban haciendo sus ritos frente al Santo Sepulcro.

La hora de la apertura estaba llegando, el sueño y el cansancio se mezclaba con la ansiedad. El ambiente era de respeto absoluto y la experiencia fue totalmente distinta para unos y para otros. Cada uno de los 10 tuvo sus vivencias, sus emociones pero ninguno quedó indiferente después de esa noche.
Fin de la velada
A las 5:00 de la mañana se abren las puertas para que los fieles que hacen cola afuera puedan ingresar, ya que en un rato comenzará la primer misa del día.
Para eso, se comienza de manera inversa al cierre. Se abre la escotilla de la puerta, se saca la escalera, el representante musulmán retira el pestillo exterior y devuelve la escalera. Un clérigo de la Iglesia Católica Romana, Ortodoxa Griega o Armenia Ortodoxa, quienes se rotan la encomienda, abren la puerta desde el interior, mientras que un clérigo de otras denominaciones supervisa la ceremonia.
La luz del día nos sorprende y nos devuelve a la realidad de una ciudad que empieza a amanecer mientras nosotros estamos todavía como flotando en una atmósfera casi irreal.
El silencio de la noche, los momentos de recogimiento personal, las charlas compartidas en ese ámbito tan especial quedarán para siempre en nuestra memoria y en nuestros corazones.