Kumari: La diosa viviente de Nepal

Trishna Shakya, una niña de tres años fue designada como Kumari de Katmandú

La Kumari es considerada en Nepal como la encarnación de la diosa hindú Taleju. En sánscrito, kumari significa inocente, virgen, puro. En idioma nepalí, kumari pasó a significar «niña virgen».

Es una tradición Newar  arraigada en las religiones budista e hinduista que se elija pre-adolescentes para convertirse en «diosas vivientes» hasta que llegue su primera menstruación. Estas niñas son elegidas por los líderes de cada región teniendo en cuenta alguno de los siguientes criterios: tener el cuello con forma de caracol, el cuerpo como el árbol de baniano o ser intrépida como un león.

La tradición kumari es una práctica única. En muchos lugares la gente alaba a las representaciones de Dios pero en Nepal alaban a una diosa viviente. 

Hay cerca de una docena de Kumaris en toda la región y mientras unas van a la escuela y llevan vidas relativamente normales, las más importantes están aisladas de la sociedad y sólo pueden salir para celebraciones religiosas. 

La Kumari principal es la Kumari Real de Katmandú, que vive en un palacio en el centro de la ciudad. 

Desde ahí bendice con regularidad a la realeza, a los funcionarios del gobierno y a cualquier otra persona con contactos para visitarla en su trono. Cada año participa en la procesión a través de la ciudad durante la celebración religiosa de Indra Jatra, una de las únicas veces en las que se le permite salir del templo. 

En septiembre de 2017 Katmandú fue un poco más allá y Trishna Shakya, una niña de tres años fue designada como Kumari, luego de que se retirara la anterior «diosa viviente» por haber alcanzado la pubertad. 

Estas niñas son elegidas en el seno de familias vinculadas a determinados bahals, un tipo de patio en torno al cual residen familias tradicionales, y todos sus antepasados tienen que proceder de una casta elevada. 

Ser elegida para el puesto se considera el honor supremo, que puede traducirse en innumerables bendiciones para la familia. Eso explica que, pese a la carga financiera y los enormes sacrificios personales que implica mantener a una niña dándole consideración de diosa viviente en el mundo moderno, y pese a los problemas de readaptación que tendrá la kumari cuando deje el trono y deba retomar su vida normal, ciertas familias sigan estando más que dispuestas a presentar a sus hijas como candidatas.

Una kumari es una responsabilidad onerosa para todos. Debe vestirse a diario con ropa y maquillajes especiales y, como mínimo dos veces al año, hay que confeccionarle nuevos trajes de fiesta con tejidos caros. En la casa hay que reservar una habitación (un lujo inestimable en una ciudad superpoblada) para convertirla en sala de la puja o adoración, y equiparla con un trono desde el que la diosa pueda recibir a sus devotos. 

Todas las mañanas la familia celebra ante ella las nitya puja, o rituales diarios de adoración. La niña no puede salir de la casa si no es para asistir a los festivales y ceremonias religiosas, y siempre tiene que ser transportada en brazos o en un palanquín para que en ningún momento toque el suelo con los pies. 

Sólo puede comer ciertos alimentos, de los que se excluyen el pollo o los huevos de gallina. Todo lo que hay en la casa debe mantenerse puro conforme a los rituales pertinentes. 

Nadie que tenga contacto con ella puede llevar algo de cuero. Y sobre todo, la Kumari no puede sangrar. Según la creencia, el espíritu de la diosa, el shakti, que entra en el cuerpo de la niña cuando se convierte en Kumari la abandonaría en caso de hemorragia. Hasta el arañazo más superficial podría poner fin a su reinado. La diosa viviente es invariablemente destronada en cuanto tiene la primera menstruación.

Al término de su reinado se espera de las niñas que retomen la vida normal, pero después de años de agasajos y reclusión la transición de diosa a simple mortal no siempre es fácil. Además están los inquietantes rumores sobre las perspectivas matrimoniales de las que han sido diosas vivientes. «Los hombres tienen recelos supersticiosos de casarse con ex Kumaris, explica Ramesh quien pasó por eso. Creen que sufrirán accidentes terribles si piden su mano.» Se dice que el espíritu de la diosa puede seguir viviendo en la antigua Kumari, incluso después de los ritos de limpieza a los que se somete a quien deja de serlo. 

Hay quienes creen que del vientre de una ex Kumari sale una serpiente que devora al desventurado que tenga relaciones con ella.

En la Edad Media casi todas las poblaciones del valle de Katmandú tenían su propia Kumari. En las ciudades de Katmandú, Bhaktapur y Patan había una prácticamente en cada vecindad, además de una Kumari real, venerada por los antiguos reyes hindúes. 

En los últimos años la tradición ha sido criticada por defensores de los derechos humanos que ven en ella una forma de maltrato infantil que frustra la libertad y la educación de las niñas, en especial de las Kumaris reales de Katmandú y Patan, las cuales deben respetar unas normas de pureza y segregación muy severas.

Sin embargo en 2008 el tribunal supremo de Nepal rechazó la petición de una mujer newar de que se prohibiese la tradición, apelando a su significado cultural y religioso.