Si tuviéramos que remontarnos hasta los orígenes de la ciudad de Praga, estos nos llevarían a  Staré Mesto, el primer asentamiento que hubo en la zona debido a su cercanía con el río Moldava, que le facilitaba la vida diaria y el comercio a los habitantes de la zona.

A pesar de las reconstrucciones que se llevaron a cabo en siglos posteriores (por la destrucción causada a raíz de numerosos incendios e inundaciones), Staré Mesto sigue conservando ese aire medieval que la convierte en uno de los barrios más pintorescos de Praga, y el preferido por los viajeros ya que es a donde, seguramente, pasaremos más tiempo, por todo lo que tiene para ofrecernos.

Empecemos nuestro recorrido por el Puente de Carlos, que es, sin dudas, la clásica postal de la ciudad. Constuido en el SXIV, tiempos de Carlos IV, para unir las dos orillas del río Moldava.

Vale la pena cruzarlo a todas horas, porque en cada momento tiene un encanto particular.

Ingresando desde la ciudad vieja nos encontraremos con una de las torres más antiguas de la ciudad, mejor conservadas y probablemente una de las mas lindas: la Torre de la ciudad Vieja, a la que se puede subir para ver una panorámica que no tiene desperdicio.

Esta torre, de estilo gótico tardío, fue durante siglos la única forma de acceder a esta parte de la ciudad, custodiando el lado este del Puente de Carlos.

Del margen opuesto (barrio de Malá Strana), las torres son dos.

Lo curioso es que esas 3 torres están desfasadas, por lo que al ser vistas desde un ángulo determinado, forman el escudo de Praga.

El puente tiene más de 500 metros de largo, está sostenido por 16 arcadas, y cuenta con 30 esculturas barrocas de diferentes santos que fueron colocadas paulatinamente entre 1683 y 1724, aunque en 1938 se agregó la última.

Muchas de las estatuas originales fueron reemplazadas con copias, debido a que las frecuentes inundaciones las habían afectado. Las originales se exhiben en el Lapidarium del Museo Nacional.

Las esculturas fueron agregadas para recordarle al pueblo que la religion oficial de Praga era el catolicismo. El protestantismo había avanzado mucho y era necesario enseñar la pasión de Cristo. Son, basicamente, esculturas de propaganda que pusieron  los Hasburgos aunque artísticamente no son gran cosa.

Destaca entre todas la primera que se colocó. Una escultura de San Juan  Nepomuceno, confesor de la reina Sofía, quien fue tirado al río por no querer contarle al Rey Wenceslao IV lo que su esposa le contaba en confesión.

Dicen que, para que los deseos se cumplan, se debe seguir un antiguo ritual: apoyar la mano en la cruz arzobispal del santo y poner un dedo sobre cada estrella.

En Staré Mesto se encuentra, además, el antiguo ayuntamineto, cuyo origen nos remonta a plena Edad Media.

Hoy se pueden visitar sus salas y la torre, que cuenta con la estrella indiscutible de la ciudad: el reloj astronómico.

Su diseño de tres partes es capaz de marcar cinco momentos del tiempo simultáneamente.

Cada vez que el reloj marca una hora en punto, las figurasde los doce apóstoles desfilan por las ventanas de la Torre del Reloj acompañados por otros cuatro personajes: la Muerte, representada por un esqueleto que encabeza el desfile tirando de una cuerda y con un reloj de arena; la Avaricia, representada por un judío sacudiendo una bolsa de dinero; un joven contemplándose en un espejo, que representa la Vanidad, y la figura de un turco, que representa la Lujuria. 

Estos personajes, se incorporaron durante el siglo XVII, y cuando se mueven, todos los personajes mueven la cabeza diciendo que no. Solo la muerte dice que si, para recordarnos que todos nos vamos a morir.

En la parte inferior hay un calendario con ilustraciones de los meses y las estaciones indicando además cuál es el santo de cada día del año, y en el cuerpo central está la esfera astronómica que muestra la percepción medieval del universo donde la tierra es el centro. En ella se ven diferentes horas: el círculo exterior muestra el tiempo checo antiguo («hora italiana»), el círculo central muestra la hora centroeuropea y el círculo interno marca  el tiempo de Babilonia. La duración de una hora varía según la estación; es más larga en verano y más corta en invierno.

Si seguimos recorriendo la Plaza la Ciudad Vieja nos esncontraremos con la iglesia Notre Dame de Tyn, cuya fachada no es visible a simple vista porque fue construida dentro de un patio. Esa curiodidad  es precisamente lo que le da nombre, ya que “Tyn”, en checo, significa algo parecido a “acorralada”.

La antigua entrada de la ciudad vieja es uno de los monumentos más antiguos y emblemáticos de la ciudad: la Torre de la Pólvora. Una construcción gótica que, en su origen, estaba adosada a la muralla que rodeaba la ciudad para protegerla. La construcción comenzó en 1475, casi un siglo después que su vecina la Torre de la Ciudad Vieja, en el Puente de Carlos.

Para diferenciarla de aquella, se la llamó Torre Nueva, pero en el siglo XVIII la torre empezó a utilizarse como depósito de pólvora, por lo que a partir de entonces se la conoció con su nombre actual.

Desde el siglo XIX la Torre de la Pólvora marcaba el inicio del Camino Real que recorrían los futuros monarcas para su ceremonia de coronación en el Castillo de Praga.

Justo a su lado contrasta el edificio art-nouveau de la Casa Municipal, construida a principios del siglo XX, sobre las ruinas de una antigua casa donde había vivido el rey Wenceslao IV en el siglo XIV, antes de que la familia real se trasladase al Castillo de Praga. Esta primera construcción se conocía como Corte del Rey y fue comprada por un cardenal cuando los reyes la abandonaron.

Ya en el siglo XIX el Ayuntamiento de Praga comenzó obras de saneamiento por toda la ciudad, y se optó por derribar este edificio, que ya llevaba unas cuantas décadas en estado ruinoso, y en 1912 quedaba inaugurada la nueva Casa Municipal.

La ultima de las visitas imprescindibles de Staré Mesto es el Clementinum, originalmente sede de la Universidad de Carlos y ocupado desde el siglo XVI por los jesuitas que durante casi dos siglos estuvieron construyendo en la zona un gran complejo al que se fueron sumando territorios adyacentes.

Tras la expulsión de los monjes, el Clementinum se convirtió en la sede de la Biblioteca Imperial y actualmente alberga la Biblioteca Nacional de Praga.