Un dato importante para entender dónde estamos
Marruecos es un país musulmán y el Islam es la religión oficial según lo estipulado en su Constitución.
Islam significa literalmente «sumisión a la voluntad de Dios» y musulmán es aquel que acata sus dictados. Al igual que el judaísmo y el cristianismo es una religión monoteísta.
El Islam también es una cultura y un código de vida donde el rey de Marruecos, quien dice descender del profeta Mahoma, tiene el título honorífico de Amir al-Muminin (comandante de los fieles), y por lo tanto es el responsable de asegurar el respeto por la religión en el reino.
Los cinco pilares del Islam
1- La profesión de la fe: no hay más Dios que Alá y Mahoma es su profeta.
2- La oración: todo musulmán debe rezar cinco veces al día de cara a la Meca.
3- La limosna: es la donación obligatoria que se hace a los más necesitados.
4- El ayuno: se produce durante el noveno mes del calendario lunar.
5- La peregrinación: todo musulmán que se encuentre capaz (esté sano y capacitado) debe viajar al menos una vez en su vida a la Meca.

Recorrer un país como Marruecos no es sencillo, enamorarse de él es facilísimo.
Hace una semana que estoy en Marruecos y me pregunto cuántos chicos se darán vuelta en una escuela cuando la maestra llama a Mohamed. No tengo el dato exacto pero pareciera que la mitad de la población masculina del país lleva ese nombre.
Quien busque una explicación a esta curiosidad digna de “Las mil y una noches” se llevará una desilusión. El significado es inspirador, no hay dudas: “digno de ser alabado” o “digno de alabanza” y es cierto que muchos padres pueden haberlo elegido por ser el mismo que llevaba el profeta Mahoma (Mohamed en árabe), pero el guía que nos acompañaba, que no podía llamarse de otra manera, no lo cree. Aclara que “el nombre ni siquiera tiene un origen religioso, a diferencia de los que usan en España, que los sacan del santoral», y él de España sabe mucho.
En un castellano perfecto y con una sonrisa blanquísima que resalta sobre el color de su piel le cuenta a todo el que quiera escuchar que va a casarse con una catalana que conoció hace dos años gracias a su futura suegra, a quien guió en una excursión. Meses después la Sra. volvió con su hija para que conociera Marruecos. El flechazo fue mutuo y no se separaron más.
Mohamed (el guía) tiene dos ventajas importantísimas que juegan a su favor: que vive en Marrakech, una ciudad cosmopolita acostumbrada a casamientos mixtos, y que su familia no lo había comprometido en matrimonio desde chiquito.

Aunque no se dice a viva voz, en el mundo árabe todavía existen los casamientos arreglados.
Mohamed está dispuesto a casarse sólo ante la ley y no hacer ninguna ceremonia religiosa, pero quiere que la boda se celebre en Marruecos y no en Europa. A cambio de eso está dispuesto a renunciar a la poligamia.
Según el Islam podría casarse hasta cuatro veces. La única condición que establece el código de familia, conocido como la Mudawana, es que el hombre pueda mantener a todas sus mujeres en idénticas condiciones y que la primer mujer acepte los matrimonios sucesivos.
La española no lo aceptó !
Mohamed es tan marroquí como cualquier otra persona nacida dentro del territorio de Marruecos pero se educó en el exterior y vive en una ciudad que da posibilidades como pocas. No es lo mismo criarse en Marrakech, Tánger, Tetuán o Casablanca, que hacerlo en el desierto o en Chefchaouen.
Es cierto que en países grandes las diferencias entre las ciudades existen y son muchas. Poco tiene que ver un niño que vive en el interior de la provincia de Salta con mis hijos, nacidos y criados en el Gran Buenos Aires, pero en una cultura con una religión como el Islam esas diferencias se hacen aún más notorias.
Marrakech
Al igual que las ciudades de Fez, Rabat y Meknes, Marrakech tiene el privilegio de ser una ciudad imperial. También goza del honor especial de darle su nombre a todo el país.
Marrakech es, sin dudas, una ciudad que se descubre paseando y sumergiéndose en su atmósfera. Es un resumen perfecto de lo que es el país. Se puede disfrutar tanto de la tradición más arraigada como del último grito de la moda occidental y, como en todo el país, la convivencia entre lo uno y lo otro se da en perfecta armonía.
Marrakech, tierra de Dios en árabe, tiene una rica historia desde que fue fundada por nómadas bereberes. La primer época dorada llegó con la dinastía almohade, en el siglo XII, que construyó la muralla de la ciudad, pero el punto álgido lo trajo Ahmed al-Mansur, en el siglo XVI, cuando devolvió la capital a la ciudad, decorandola con mármoles de carrara y esmerados jardines, como los de la Mezquita de Kotubiya.

La leyenda cuenta que cuando se construyó la Koutobia en el corazón de la ciudad, ésta comenzó a sangrar de tal manera que se tiñó de rojo, el color que predomina en las calles y casas de alrededor, así como en la bandera nacional.
Otro símbolo de la ciudad es el Alminar, de 69 m de altura. Cubierto de estucos y azulejos, da ejemplo de la extraordinaria minuciosidad del arte musulmán. Igual sucede en la Mezquita de la kasbah, en las Tumbas Saadíes y en la Madraza de Ali Ben Youssef (escuela musulmana de estudios superiores).
Del siglo XIX, ya bajo órbita colonial, han sobrevivido, entre otros, el palacio de la Bahía y residencias coloniales, como el legendario hotel La Mamounia, al que vale la pena ir a tomar algo por la noche.
Pero el verdadero corazón de la ciudad es la Plaza Jemaa el-Fna. Sin dudas, una muestra de su forma de vida y cultura, visitada tanto por locales como por turistas. Durante el día está repleta de todo tipo de personajes: malabaristas, encantadores de serpientes, monos encadenados y adiestrados, pero al caer la tarde, cuando cientos de restaurantes comienzan a ofrecer sus especialidades, la plaza alcanza su mayor esplendor.

Para captar su esencia hay que pasear por ella sin prisa o disfrutarla desde alguna de las terrazas que la rodean.

Meknes
Meknes, también una ciudad imperial, se remonta al siglo X, pero el traslado de la capital a Fez y el terremoto de 1755 hicieron sufrir enormemente a la ciudad.
Hoy se alza en una región muy rica donde la agricultura es la actividad principal. Curiosamente, en esta región se produce la mayor cantidad de vino de Marruecos, algo sorprendente por sí mismo, ya que los musulmanes tienen prohibido beber alcohol.

La ciudad está dividida en dos: la ciudad vieja donde está la Medina, al oeste y la ciudad nueva al este.
Como en todas las ciudades marroquíes, aquí también podremos visitar los zocos, la plaza, centro de la vida pública y cultural de la ciudad, pero una visita interesante es la de Heri es-Souani, donde se encuentran los establos reales con capacidad para 12.000 caballos, que fue construido por 25.000 esclavos.

Fez
Laberíntica, medieval, misteriosa, antigua y sorprendente, son algunos de los adjetivos que pueden describir una ciudad como Fez.

Considerada capital cultural, religiosa y espiritual de Marruecos, Fez, fundada a finales del siglo VIII, es una ciudad que no ha sufrido el paso del tiempo.
Regatear en los interminables zocos de el-Bali, tomar un café en las terrazas de la Ville Nouvelle, visitar las antiguas escuelas coránicas, contemplar a los miles de artesanos realizando oficios olvidados en Europa, observar los contrastes de una sociedad cambiante o disfrutar de la amplia gastronomía marroquí, son algunos de los motivos para visitar Fez.

El olor de los curtidores es insoportable, el trabajo que hacen es increíble. Las curtidurías se encuentran rodeadas de tiendas con terrazas desde las que se puede observar el trabajo de los artesanos. A la entrada de las tiendas se entregan ramilletes de hojas de menta que a duras penas sirven para mitigar el nauseabundo olor que invade los alrededores de la curtiduría.
Infinidad de fosas repletas de tintes naturales componen un colorido paisaje mientras se encargan de la producción y coloración del cuero de cordero, buey, cabra y dromedario.
A pesar del olor insoportable, subir a las terrazas ofrece una de las imágenes más representativas de la ciudad y es imprescindible hacerlo para conocer Fez.

Rabat
Llegando a Rabat, las sensaciones vuelven a cambiar. Podría decirse que esta ciudad miraba al resto de las ciudades imperiales con timidez, como si estuviera acomplejada ante el derroche de cultura de las demás. Hasta que en 2012 logró la tan codiciada etiqueta de «Patrimonio de la Humanidad» gracias a su reinvención como ciudad moderna pero respetuosa con el pasado.
Actualmente es la capital administrativa y política del reino de Marruecos y el lugar de residencia de Su Majestad el Rey Mohamed VI.
Fue fundada en el siglo XII, y utilizó la kasbah (fortaleza) como base para luchar contra los españoles, convirtiéndose en el bastión para los musulmanes expulsados de España a principios del siglo XVII.
Se encuentra en la costa atlántica y está dividida por el río Bu Regreg, siendo dos partes tan distintas que se suele hablar de dos ciudades diferentes, Rabat y Salé.
Ciudad adentro aparece este doblete monumental. Por un lado, se encuentra la imponente Torre Hasán, los restos de uno de los tres grandes minaretes construidos por los almohades (los otros son la Koutoubia de Marrakech y la Giralda de Sevilla).

Esta mezquita pretendió ser la más grande del mundo, pero se vio reducida a la nada a causa del terremoto de 1755. Desde entonces, sobrevive ésta gran torre rojiza acompañada de los restos de las columnas que quedaron en pie sirviendo para que todo el mundo se haga una idea de las dimensiones que pretendía tener éste lugar.
Precisamente este valor simbólico fue el motivo para que a su lado se levantara el Mausoleo de Mohamed V. Un monumento que es pura ostentación. Mármoles italianos, filigranas árabes, azulejos y tejas verdes (color de esta dinastía) decoran el lugar.
Pero Marruecos es más que sus ciudades imperiales. Recorrer los pueblos y el desierto tiene que ser parte del programa.