Tuve la suerte de conocer a Hassou, aunque no se si él puede decir lo mismo sobre mi, pero con una paciencia infinita y un español aprendido de los turistas, se sometió muy amablemente a responder, una a una, todas las preguntas que me fueron surgiendo sobre su vida como miembro de la tribu Bereber.
Me ofrece, un poco en broma, 15 dromedarios por mi hija. Lo tomo a chiste los primeros días pero su insistencia me lleva a dejarle en claro que hay cosas que en la cultura occidental no se negocian.
Ahora se dedica al turismo, pero con mucha nostalgia repite una y otra vez lo dura que fue su infancia viviendo como nómade.

Me cuenta que nació en una jaima. No sabe bien cuándo. Su madre solo recuerda que fue en el año 82, porque fue “el año del eclipse”, pero estaban tan lejos del pueblo que fue imposible ir a anotarlo y tampoco tiene mucho sentido saber el mes o el día exactos, los bereberes no festejan los cumpleaños.
A los 7 días de haber nacido se les pone el nombre. El primogénito se llamará Mohamed, y si es niña se le pondrá el nombre de Fátima. La madre vestida con su caftán (traje típico) dice en voz alta el nombre de su hijo en el mismo momento que el padre sacrifica a un cordero que se comparte con toda la comunidad.
Las jaimas son de estructura de madera, recubiertas con lana de oveja o dromedario, si la familia es rica. Tienen una única división. De un lado viven las mujeres y del otro los hombres. En la entrada se coloca un horno de barro donde cocinan el pan de trigo y no tienen muebles de ningún tipo. Solo cuentan con un telar, donde las mujeres hacen alfombras que luego venden en los zocos, y un único plato de donde comen todos los miembros de la familia sin usar ningún tipo de cubierto.


Bereber significa hombre libre. No profesan ninguna religión ni siguen ningún culto. Son originarios de Marruecos, “donde no había profetas ni dioses”. El islam llegó más tarde, con los árabes que se asentaron en el país en busca de territorio. Por eso, no están obligados a seguir las costumbres conocidas como del “mundo árabe”.

Los nómades van de lugar en lugar, siempre buscando el verde para alimentar el ganado y tener comida. Van varias familias juntas formando una tribu pero no hay ninguna autoridad máxima. Para todo se ponen de acuerdo entre los hombres.
Cuando comienza la época de sequías, algún miembro de la familia va a hacer una expedición en busca de un nuevo lugar a donde instalarse. Siempre cerca de los pozos de agua. Pueden pasar hasta 4 años en un mismo lugar.

No era una vida que Hassou disfrutara. Es muy sacrificada. “Nada de disfrute”, repite casi como un mantra.
“En el invierno no se puede ni tocar el agua”. Se pasan meses sin bañarse. Todo el día están con sus cabras y ovejas sin importar el viento y el frío. Si el rebaño es grande, las mujeres ayudan.
Solo comen queso, leche y dátiles que consiguen de las palmas. Todos los días lo mismo. En épocas de sequía, cuando las cabras no están bien alimentadas únicamente comen pan de trigo.

La farmacia bereber son las plantas medicinales. Solo van a los hospitales en casos de suma gravedad. Las tribus están habitualmente muy lejos de las ciudades y los nómades no son siempre bien vistos en los centros urbanos.

Hassou ahora vive a 30 km de Merzouga, en lo que llaman la puerta del desierto. Su padre murió en un accidente de tráfico. El tenía 15 años. El camión en el que viajaba chocó con un dromedario que se les cruzó en la ruta. La familia se enteró 4 días más tarde.
A raíz de eso se mudaron a un pueblo pequeño (Rissani). La madre vendió las cabras y a empezar de nuevo en el pueblo “porque ahí se ayudan entre los vecinos” nos dice como una obviedad.
Cuando un hombre muere, su mujer tiene que guardar 4 meses y 10 días de luto. Si la mujer está embarazada (como es el caso de la madre de Hassou) tiene que guardar luto hasta el final del embarazo. En ese tiempo no puede salir de la casa.
El gran mérito de esta cultura es el espíritu de supervivencia. La conservación de éstos pueblos se basa en aprovechar los pocos recursos de que disponen y de una vida muy simple, eficiente y durísima.

Jamás vi una vida tan austera y sacrificada como la del pueblo Bereber. No me queda más que agradecer la paciencia y la hospitalidad de este pueblo tan distinto a mi, en sus costumbres y vivencias.
