Escapadas

Cataratas. Paseo a la luz de la luna

De noche todo es distinto. Pero si es una noche de luna llena lo distinto se convierte en asombroso. Visitar la selva de noche es una experiencia totalmente distinta a recorrerla de día. La luz de la luna nos permite disfrutar de este espectáculo de la naturaleza de una manera diferente.

De noche todo es distinto. Pero si es una noche de luna llena lo distinto se convierte en asombroso.

El Parque Nacional Iguazú, inaugurado en 1934, abre sus puertas sólo 5 noches al mes, en tres horarios distintos, para que un grupo reducido de visitantes (no más de 100 personas por turno) puedan vivir un paseo exclusivo y la experiencia de visitar las cataratas iluminadas con la luz de la luna.

Si tenemos en cuenta que las visitas diarias promedian las 6.000 personas, y que aumentan un 15% cada año, ser parte de ese grupo es casi un privilegio. Para obtenerlo hay que hacer una reserva previa.

La vista comienza en lo que llaman la Estación Central, donde Elva, la guía y Amado, el guarda parque nos dan la bienvenida, una pequeña charla sobre las características principales del parque y cuestiones básicas de seguridad. De ahí partimos en el “Tren de la Selva”, un tren ecológico, hasta la estación Garganta del Diablo. Desde ahí seguimos a pie durante 1km sobre las pasarelas que atraviesan el río Iguazú hasta llegar al mirador desde donde podremos ser testigos de la fuerza y la grandeza de la naturaleza.

Tres balcones en forma de abanico nos permiten tener una visión única de La Garganta del Diablo, el salto más grande de los 275 que tiene el parque. Formado por la unión de varias cascadas de más de 150 mts de longitud, y con una caída de 80mts de altura en forma de herradura, es el 1er precipicio donde el río Iguazú descarga el 40% de su caudal, y lo hace notar.

Visitar la selva de noche es una experiencia totalmente distinta a recorrerla de día. La luz de la luna nos permite disfrutar de este espectáculo de la naturaleza de una manera diferente.

Perdemos los arcoiris que se forman con la bruma del agua y los rayos del sol o los contrastes de colores entre el verde de la selva, el azul del cielo y el blanco de la espuma de los saltos, pero la sensación vale la pena.

Uno debe acomodarse y ponerse al servicio de esta excursión. Los sentidos se despiertan. La vista se acostumbra de a poco a la oscuridad y con el silencio de la noche los sonidos se intensifican. La atención y la tensión se ponen en alerta.

Las rutinas de los animales cambian a estas horas. Muchos salen a comer y la atmósfera general se transforma. Casi el 80 % de la selva, tanto las aves como los mamíferos, se mueven en la noche, aunque no es común verlos gracias a su camuflaje.

Mas de 60 especies de mamíferos viven en la selva, aunque sin dudas, el referente es el jaguareté o tigre americano. También hay pumas, ocelotes, entre otros felinos y, por lo general, todos tienen hábitos nocturnos.

A medida que nos acercamos al balcón el rugido del agua comienza a sentirse con mayor intensidad, aumentando la ansiedad y generando expectativa.

Primero llega como un susurro, convirtiéndose, de a poco, en protagonista indiscutido de la escena. Una escena que no defrauda.

Dos horas después y totalmente empapados por la bruma que desprende la fuerza del agua terminamos el recorrido en el mismo lugar que lo empezamos.

La sensación es de pequeñez. No puedo menos que sentir la finitud de la vida ante la magnificencia de la naturaleza y, al mismo tiempo, estar agradecida por haber sido testigo privilegiada de un momento único.