Cartagena de Indias es la combinación perfecta entre historia, paisaje y buen ambiente. Ni bien bajamos del avión nos recibe una hilera de palmeras verdes y altísimas, recordándonos que llegamos al Caribe. El calor es poco menos que sofocante, pero desde el primer momento se palpita la amabilidad de la gente y su ritmo caribeño.
Cartagena es uno de los mejores ejemplos de arquitectura colonial española de toda Latinoamérica. El 95% de sus construcciones datan de la época de su fundación, en 1533, por el capitán don Pedro Heredia. Entre ellas sobresalen: El Palacio de la Inquisición, el del Gobierno, la Catedral, el convento de Santa Cruz de la Popa y el de San Pedro Claver.
La ciudad floreció gracias al comercio tanto de esmeraldas como de esclavos y a su puerto, donde los barcos depositaban el oro de la zona (principalmente de Perú y Ecuador), que después era trasladado a España.
Debido a su prosperidad y a su importancia estratégica sufrió ataques constantes de piratas y de potencias europeas enemigas a la Corona Española.
Para defenderse tuvo que rodearse de imponentes fortificaciones, de hecho, siguen siendo unas de las mejores conservadas del mundo; integradas por 11 km de muralla y fuertes defensivos, destacándose el de San Felipe de Barajas que fue construido sobre la colina de San Lázaro desde donde se dominaba cualquier intento de invasión a la ciudad por agua o tierra. La estructura es imponente y está llena de habitaciones, laberintos, túneles y trampas.

El puerto de Cartagena, hoy dedicado al deporte, tenía antiguamente dos entradas, pero la mayor de ellas fue cerrada hace un par de siglos por los españoles, para evitar que por allí se filtraran los barcos de los piratas, como había ocurrido en otras ocasiones.
El método que emplearon para el cierre fue notable. Utilizaron viejas barcazas cargadas de piedras, cuyos fondos se abrieron en medio del canal dejándolas sumergir para clausurar definitivamente el paso. Después plantaron algas que en poco tiempo formaron una malla de miles de brazos que aseguró el dique.
Boca Chica, el único paso que permanece abierto, está custodiado por dos fuertes: San Fernando y San José. Con la llegada del siglo XIX desaparecieron los piratas, pero para Cartagena no terminaron las penas. Durante las guerras de la independencia se ganó el título de «Ciudad Heroica», adjudicado por el libertador Simón Bolívar por su lucha y resistencia.
Casco Antiguo
Junto con la Mutua y el Centro, el barrio de San Diego se encuentra rodeado por la muralla. Alrededor de éstos hay otros barrios menos turísticos. Justo a la salida de la Puerta del Reloj se encuentra Getsemaní, famoso por su vida nocturna. Es la zona mochilera por excelencia. El corazón del barrio es la Plaza Trinidad, con su iglesia homónima que por las noches se llena de gente que se junta a rumbear y a disfrutar de los puestos callejeros de comida típica.

Nos contaba un taxista cómo cambiaron las cosas en la ciudad vieja desde que la Unesco la declaró Patrimonio de la Humanidad en 1984.
Lo que hasta ese momento eran barrios de casas antiguas de clase media hoy se convirtió en una de las zonas más exclusivas. Los habitantes tradicionales fueron vendiendo sus propiedades uno a uno a precios increíbles para mudarse a barrios donde pagan menos por los servicios y las casas. Así, la ciudad amurallada se fue llenando de extranjeros que vienen una o dos veces al año para disfrutar de grandes fiestas o paseos a las Islas del Rosario. Los viejos conventos se transformaron en hoteles cinco estrellas rodeados de cafés que imitan los de Bogotá y Medellín. Caminando por las veredas angostas y las calles empedradas se puede recorrer la ciudad de punta a punta sin cansarnos de ver plazas y bares repletos de gente que canta y baila al caer el sol.
El clima tropical hace que las santa rita que cuelgan de los balcones o trepan por las paredes estén siempre florecidas llenando las calles de colores vibrantes que conviven en perfecta armonía con la pintura de las paredes y los llamadores de puertas antiguos.
La plaza de los coches, que tuvo distintos nombres a lo largo de la historia, fue inicialmente el sitio de venta de esclavos. Está flanqueada, a un lado por el Portal de los dulces, donde se venden los dulces típicos de la región, y por el otro por la Torre del Reloj, uno de los símbolos más representativos de Cartagena. Esta entrada es una muestra de arquitectura militar casi perfecta, con su portada barroca de tres arcos labrada en piedra se convirtió en la puerta principal de la ciudad desde que se construyó la muralla.
El Templo de San Pedro Claver, ubicado en la plaza del mismo nombre, fue construido por los jesuitas en estilo barroco durante la primera mitad del siglo XVIII. San Pedro Claver fue canonizado y conocido como «el apóstol de los esclavos» ya que pasó a la posteridad por su entrega a aliviar el sufrimiento de los esclavos apodándose a sí mismo el «esclavo de los negros».
Al llegar a la Catedral Metropolitana nos recibe su altar mayor precedido por un retablo de estilo barroco colonial adornado con oro que es digno de ver.
El Museo del Oro y el Palacio de la Inquisición, son otras de las visitas imperdibles. El primero guarda una colección de oro y cerámica de las principales culturas precolombinas y en el segundo tuvo lugar el «Santo Oficio de la Inquisición» donde se dictaron autos contra los delitos de hechicería, blasfemia, bigamia y adulterio, entre otros. La casona fue restaurada en 2003 y obtuvo el premio Nacional de Arquitectura.
Al llegar a la Plaza Santo Domingo «Gertrudis», la gorda de Botero, nos recibe sonriente prometiendo largos romances a todos los que toquen sus pechos y mucha suerte a quien toque su cola.
Se trata de una escultura de bronce, traída desde Florencia, Italia, en el año 2000 como donación del escultor colombiano al pueblo Cartaginés.

Frente a la escultura, en el ángulo que forma la plaza de Santo Domingo y el callejón de los Estribos, se encuentra la Iglesia de Santo Domingo. El templo más antiguo de Cartagena, terminado en 1559.
Cuenta el dicho popular que cuando estaba por terminarse la construcción de la iglesia, el diablo se empeñó en que las torres no debían ser levantadas. Por lo que un día se apareció en la plaza, frente a la iglesia. Dando un salto olímpico alcanzó una de las torres y comenzó a sacudirse para derribarla. Para su mala suerte, había sido tan bien construida que no se desplomó. Sin embargo, los vecinos dicen que desde aquel día la torre está un poco fuera de su base y algo torcida. El diablo, herido en su orgullo, descendió y se sumergió en el pozo que se encontraba en medio de la plaza para aprovisionar de agua a las mujeres de la ciudad. Dice la leyenda que después de ese día las aguas del pozo tomaron un sabor azufrado, por lo que fue necesario clausurarlo.
La iglesia de Santo Domingo cuenta también con un convento cuyo claustro data del siglo XVII y es de una elegancia imponente. Lo curioso es que hasta el siglo XIX lo mantuvo una comunidad de frailes de la orden de dominicos; luego fue expropiado y se utilizó como colegio, seminario e incluso como instituto de bellas artes.

Cartagena Moderna
No todo es adoquín y murallas en Cartagena. La ciudad también cuenta con zonas modernas de grandes edificios y avenidas comerciales que contrastan con los atractivos históricos de la Ciudad Amurallada.
Boca grande, Laguito y Castillo Grande son las zonas más modernas. Al llegar a estos exclusivos barrios, el paisaje cambia por completo, dando la sensación de haber cruzado una frontera y haber llegado a un lugar completamente diferente en espacio y tiempo.
Boca grande se caracteriza por sus rascacielos, hoteles frente al mar, restaurantes y tiendas de lujo que concentran una importante actividad turística y comercial. A continuación se encuentra Laguito, que comienza a partir del famoso hotel Caribe y finaliza en una punta de tierra extendida hacia la bahía que se conoce como Castillo Grande o la nueva Cartagena. Toda esta franja se encuentra rodeada de agua. A un lado la bahía de Cartagena y al otro el mar Caribe. Para terminar nuestro recorrido visitamos la Isla de Manga, frente al barrio Getsemaní, donde vivía la clase acomodada española. Hoy es un barrio residencial que cuenta con una bahía sobre la avenida Miramar, con dos marinas (club náutico y club de pesca), un fuerte histórico (Pastelillo) y una ciclo vía en la cual se puede caminar bordeando la bahía prácticamente a cualquier hora.